Los bares notables: las maravillas imperfectas de Buenos Aires


Buenos Aires cuenta con algo que bien pudiera ser una maravilla. El problema es que no quiere que lo sea; o dicho en términos más coloquiales y directos: a Buenos Aires no le da la gana.

Me estoy refiriendo a sus Bares Notables. A lo largo de varios posteos en este blog, ya he sido vocal en mi obsesión por los cafés. Y no me refiero sólo al brebaje como tal: yo también siento una especial fascinación por los establecimientos donde se sirve.

Cada vez que quiero escribir o leer con calma, me voy a un café y suelo lograr mi cometido con mucho placer. También he confesado que mi relación con el café en Buenos Aires ha sido difícil. Ya había sido advertido que, por regla general, la ciudad no hacía un café sabroso. Sin embargo, llegué a la ciudad en el comienzo -y posterior boom- de los cafés de especialidad, así que he podido disfrutar de cafés deliciosos.

Ahora bien, en los bares notables no se hace buen café, pero siempre me han parecido lugares con una maravillosa mística que hace que escribir, leer, o juntarse con amigos sea una experiencia gratificante.

El problema de los bares notables -y debería tildarlo de grave- es su atención. Sé que toda generalización es injusta, pero debo aclarar que este reclamo lo hago porque quiero a la ciudad y porque le guardo cariño, después de todo, a estos establecimientos.

Comencemos entonces por las excepciones: Aníbal, en Café Margot y Javier en Varela Varelita, las chicas de Los Galgos. El resto lamentablemente deja mucho qué decir. Siento también la obligación de aclarar que lo que ahora escribo es producto de reiteradas visitas, a lo largo de los casi seis años que llevo viviendo en Buenos Aires y que mi visión es amplia: he conocido la gran mayoría de los bares notables en casi todos los barrios de la ciudad, en diferentes épocas del año, en diferentes momentos del día. Así que discúlpenme si sueno arrogante, pero señores, yo sé de lo que estoy hablando. 

El problema de la atención pareciera ser endémico. Voy a citar el ejemplo de un bar que queda muy cerca de donde vivo ahora. Comencé a frecuentarlo y la verdad es que escribir allí se me daba bastante bien... hasta que las últimas dos veces se tardaron tanto en tomarme la orden y en entregarme la cuenta que me prometí no ir más. 

La decisión no fue fácil. Yo soy un ferviente creyente en las segundas oportunidades y en la redención del ser humano. Lo que pasa es que este caso era como tratar con un adicto sin remedio. Fui varias veces y el resultado era el mismo o incluso peor. No tenía sentido seguir yendo a un lugar donde no te atienden bien.

Lo mismo aplica para bares que me encantan como El Federal, La Poesía, El Gato Negro, Café de los Angelitos y muchos otros más... La lista es elocuente de un problema sistémico: los bares notables de Buenos Aires lo tienen todo para ser perfectos, pero su componente humano es lo que los hace ser su opuesto.

Sin embargo, yo decido permanecer optimista aún con todo lo que he descrito. Cada vez que visito un café notable tengo la esperanza de que la situación mejore. Llámenme ingenuo, pero este reclamo viene del corazón porque está dirigido hacia algo a lo que siento cariño. 

Así son las relaciones con las cosas que uno quiere: uno a veces espera algo de ellas sin ningún razonamiento que lo justifique. 

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