Angá Rodolfo: un conmovedor retrato de soledad


La escenografía (intimista, bañada por una luz tenue, minimalista) y la introducción musical (entonada por una voz almibarada) sentaron un preámbulo bastante elocuente de lo que pronto cobraría vida sobre el escenario: un desgarrador retrato de soledad.

Rodolfo (interpretado por Ricardo Torre) entra a escena y se sienta sobre un sillón, en lo que a todas luces pareciera ser sus preparativos para la celebración de la navidad, o mejor dicho, de su navidad, porque como ya mencioné con antelación, Rodolfo viene a relatarnos un particular testimonio de soledad.

A lo largo de este extraordinario unipersonal, Rodolfo, un chico de una provincia que no alcanzo a identificar, nos cuenta los pormenores de su vida, los sentimientos que guarda por una chica que se llama Clara, otras experiencias amorosas que ha sostenido, y aunque se debate entre muchas cosas (dentro de él se multiplican conciencias, perspectivas, posturas, voces), pareciera no ser capaz de escapar de su condición de ermitaño.

Sin embargo, Rodolfo no se queda con los brazos cruzados: escribe y envía cartas, toma su teléfono y hace llamadas. Rodolfo intenta, pero no pued: una inhabilidad que representa lo más patético de su historia.

Sus cartas parecieran no responderse o no llegan, sus llamadas no alcanzan a la gente con la que quiere hablar. Incluso su mascota, a quien le sirve su alimento en un par de ocasiones, pareciera nunca regresar a su casa.

Esta imposibilidad de no encontrar compañía es lo que más fuerza tiene -y mejor se logra- dentro de este dramático unipersonal, uno que es relatado mediante la maravillosa paleta histriónica de Ricardo Torres, quien logra hipnotizarnos, cautivar nuestra atención y remover nuestros sentimientos por más de una hora, astutamente intercalada por pasajes musicales a cargo de la guitarra, ocasionales tambores y dulce voz de Diego Salvatierra, que intensifican -y a ratos atenúan- los momentos fuertes que se desarrollan sobre las tablas.

“La soledad es como una enfermedad, como un olor; en lo que la reconocen nadie se te acerca (...) Mi vida es una porquería a la que nadie se quiere acercar.” Frases como estas quedaron retumbando en mi cabeza mucho después de concluida la obra: líneas que son elocuentes de un texto muy refinado, sentido y profundo. En más de una ocasión, para citar otro ejemplo, Rodolfo recita, más como letanía que como maldición, una tríada de palabras que encapsula como ninguna otra ese sentimiento de reconocerse en una soledad incurable: Mierda, mierda, mierda.

El final de la obra también es muy orgánico, ya que desafortunadamente confirmamos nuestras sospechas iniciales de cómo iba a concluir todo este testimonio de una soledad que pareciera maldecir a nuestro querido protagonista: un padecer que pareciera no tener antídoto.

El texto, la actuación, la música, cada uno de estos elementos logran crear una intimidad en la que habitamos hasta dar con un triste desenlace. Porque hay que estar claros, Angá Rodolfo es una obra triste, muy triste quizá, pero con una belleza lograda con mucho trabajo, talento y con lo que quizá sea aún más importante: con mucho sentimiento.

Angá Rodolfo tendrá su última función del año este lunes 18 de diciembre a las 21.30hs en La Lunares (Humahuaca 4027).

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